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Por: Isidro Ponce

FORMANDO EQUIPO

No soy de los competidores que dicen vamos suavito, a disfrutar de los paisajes, y aunque varias veces me he engañado con ese pensamiento, en el momento del disparo de partida, un gen misterioso siempre se activa y hace que en el cuerpo estalle una revolución con el único objetivo de dejarlo todo en la cancha. Y para mi suerte, o quizás perdición, así también resultó ser el Diego Reyes, mi pareja para el Swiss Epic.

En el 2019, con el Reyes nos encontramos de contrincantes en otra carrera por etapas en Colorado. Literalmente nos encontrábamos a cada rato en la pista, y a veces me ganaba él y otras yo. Así que nos propusimos competir en Suiza.

EL SWISS EPIC

El Swiss Epic era mi tercera carrera de etapas fuera del Ecuador. Es organizada por la marca Epic Series, quienes se dedican a hacer eventos de ese estilo por todo el mundo, siendo su icono más representativo, una en Sudáfrica llamada Cape Epic. La Swiss Epic es la segunda más dura de los Epic Series. Hace un par de años, fueron comprados por la marca Ironman, así que la organización es una cosa de locos por el nivel de detalle.

El formato de la carrera: hay una hora de inicio y una hora de final, si no llegas antes de la hora final te descalifican. Puedes correr la etapa del siguiente día, pero ya no sumas tiempo. Es obligación correr en pareja, y no puedes separarte más de dos minutos. Además, a diferencia de las otras dos que había corrido (Breck Epic, y BC Bike Race), esta tenía una sola categoría para parejas hombres, en la que se incorporaban veintisiete equipos profesionales, ya que la carrera estaba acreditada por la UCI, y daba puntos de calificación a los ganadores, además de premios económicos. Había que ser realistas, eso negaba cualquier posibilidad de podio, y también la volvía una carrera más seria.

EVITAR LA FUNDICIÓN

Uno de mis objetivos era evitar a toda costa una descompensación de energía, porque sabía que ese tipo de bajones son un desbalance químico, físico, y que repercute de forma inmediata en la cabeza, como una depresión. Ya me había pasado, es un infierno que no deseo a nadie. Así que varios meses antes de la carrera comencé a entrenar unas catorce horas semanales, aunque de la bici, por así decirlo, no me había bajado de forma disciplinada desde hace ocho años. Contraté a un excelente entrenador, contraté una nutricionista, equipé mi bicicleta con dispositivos que leen la potencia de mis piernas. Llegué a saber mis datos al detalle. Zonas de ritmo cardíaco. Fuerza de piernas medida en vatios. Vo2max. FTP. Gasto calórico, y que si no quería experimentar de nuevo ese tipo de bajones, debía comer más. Por flaco tengo un metabolismo súper rápido, lo que hace que queme mucha energía incluso en reposo. A ritmo de carrera ni se diga, por lo que si no como bien, mis reservas de glucógeno, la gasolina, se acaba rápido. La nutricionista me puso a comer como nunca antes había comido en mi vida, con el objetivo de subir cuatro kilogramos de músculo en tres meses y así ampliar mi tanque para no fundir máquina. Subí los cuatro kilos.

LAS ETAPAS DEL 2022

Al mes de la carrera llegó un correo con la ruta de la edición. Cada año trazan una nueva. Lo positivo es que no dormiríamos en carpas, sino en hoteles, todo a cargo de la organización. Sin embargo, tragué saliva cuando abrí el link de las rutas y vi que la suma de las subidas era descabellado. Para darnos una idea, de Tumbaco a la punta del Ilaló hay 800 metros de subida.

Las altimetrías del Swiss Epic se presentaron así: Día uno, 2380 metros de subida (58 km). Día 2, 2600 (80km). Día 3, 2300 (60km). Día 4, 2800 (100km). Día 5, 1800 (56km). El día cuatro era equivalente a subirse cuatro veces el Ilaló, después de tres días seguidos de haber recorrido doscientos kilómetros y nueve Ilalós de subida.

Un amigo que ya había corrido el Swiss Epic, me tranquilizó diciendo que a veces por temas de marketing inflan un poco las altimetrías, pero que en realidad debían ser menos.

LA COMITIVA

Fuimos con cuatro amigos más. Martín, Andy, Neto, Guchis.

Dos de ellos, llegaron primeros a Arosa, el pueblo alpino donde arrancaría la carrera. Me acuerdo que mandaron un vídeo desde el tren, y decían, las subidas acá son unas paredes, nos fregamos.

Con ellos ya habíamos compartido algunas experiencias ciclísticas. Sin embargo, la que estábamos por vivir esa semana, sin dudas involucraría un nuevo nivel de prueba. Nuestro entendimiento colectivo se elevaría varios escalones más. Solo ellos comprenderían los sentimientos, euforias, y fortaleza que se necesitaría para salir triunfantes de ese sitio, hasta el punto de concebir una complicidad que el resto del mundo desconoce. Y aunque suene maniqueísta, en ese tipo de vivencias existen dos opciones, sobre todo dentro de los equipos: o el lazo de amistad se estrecha en sus cimientos o se destruye para siempre. En nuestro caso, ese lazo quedó sellado. Y vivir ese tipo de experiencias entre amigos, es algo invaluable.

EL CAMINO AL INICIO

Para llegar a Arosa, debimos tomar un tren en Zurich, hasta Chur (que se pronuncia Qur, o Cuera en español), y ahí un tipo tranvía que atraviesa las montañas y puentes de alturas vertiginosas hasta Arosa. En total, casi tres horas desde Zurich.

Graubunden o Grisones resultó un cantón alucinante. No se contemplaban grandes montañas como en Ecuador, sino más bien cientos de estribaciones y acantilados, repleto de bosques de pino, abetos, y ese pasto verde que crece de forma salvaje en todo lado, y crea la típica postal Suiza. Pero además, lo más hermoso es que gozan de una ley que hace de uso público a todos los caminos y senderos, por más que crucen dentro de propiedades privadas. Un día en la carrera pasamos literalmente por el jardín de una casa, fue tan así que los dueños habían puesto unas sillas en forma de cerca para que no pisáramos el césped de su intimidad.

De este cantón es Nino Shurter, el mejor ciclista de montaña del mundo, campeón mundial durante diez años. Y al estar en sus tierras, viendo los 500km de senderos que tienen, y todas las instalaciones y facilidades, uno se da cuenta por qué él es tan bueno, y por qué, en general los suizos son tan hábiles en los caminos más agresivos. Otra referente del ciclismo Suizo, es Jolanda Neff. Los dos ganaron la Swiss Epic del 2020.

Para aclimatarnos, llegamos tres días antes de la carrera, y pudimos pedalear por esos caminos. Los pueblos se conectaban unos con otros a través de esa red de caminos, y de sus góndolas que atravesaban las montañas de picos a picos. Ninguna comuna se interponía o colocaba ramas. Todo fluido. Incluso habían formado un sistema para pasar potreros de vacas sin tener que abrir y cerrar puertas. Qué envidia porque la sierra del Ecuador podría ser así también, pero una infraestructura y cultura como aquella aún se la ve lejana.

EL ORDEN DE PARTIDA

La partida estaba organizada por pelotones ordenados según los tiempos promedio que calculamos hacer. Eso se estableció en un cuestionario que debimos enviar semanas antes de la partida. Nosotros proyectamos que pedalearíamos a 18km/h de promedio.

Un día antes, publicaron las posiciones de partida. Primero, hombres UCI. Segundo, Grupo A. Tercero, mujeres UCI. Cuarto, grupo B. Así hasta el grupo O. Eran diecisiete grupos a distintos horarios, y a nosotros nos comunicaron que partiríamos en el cuarto grupo (B). Quizás habíamos sido demasiado optimistas con nuestra velocidad promedio. El peor escenario sería la aceptación y el inmediato y consciente descenso a posiciones más bajas hasta encontrar nuestro ritmo. El mejor escenario sería que los soportaríamos y así entraríamos a los senderos y zonas estrechas con los más rápidos, sin tráfico.

ETAPA 1: COMO CARRERA DE UN DÍA

La carrera comienza. En los bolsillos de mi espalda cargo tres geles de una marca, y tres de otra dentro de una mini botella. Además, cuatro pastillas de electrolitos, un litro y medio de agua con carbohidratos en camelback, y dos botellas con más carbohidratos en la bici. Para resistir debo consumir unos 65 gr de carbohidrato por hora. El Reyes, a su vez, carga sus insumos de competencia. El día anterior me había confesado que antes de esta carrera, en sus decenas de años de experiencia, nunca había consumido geles ni ningún tipo de alimento creado para potenciar el rendimiento. Esta vez va preparado con todos los aditivos.

Los primeros metros son de asfalto, y a pesar de nuestra propia advertencia de no excedernos, a los pocos minutos tomamos el liderazgo del pelotón, una movida arriesgada. Por unos instantes me cuestiono si estamos haciendo lo correcto. Sin embargo, las sensaciones son buenas, las piernas responden, la velocidad excelente. Ingresamos a los primeros senderos como el mejor de los escenarios, además, los dominamos, luego sucede lo mismo con las subidas y los planos.

Estamos hechos para ese momento, y los paisajes inspiran a apretar esos pedales más y más. Ríos cristalinos. Bosques sin un gramo de basura, caminos donde cada raíz o piedra parecen haber sido puestos a propósito. Las cuestas empinadísimas. Las bajadas, ni se diga. Hay las diseñadas con ingenieros, y hay las naturales. Las naturales, empinadas, resbalosas, demandantes de una atención milimétrica, de una confianza en las habilidades propias, en el instinto puro, en el labrado de las llantas, ni muy infladas, ni muy desinfladas, cualquier error puede destrozarlo todo. Y ahí vamos, Reyes adelante, yo atrás, respirando profundo, los dedos índices rozando las maniguetas de los frenos, todos los sentidos activados para que los suelos suizos y sus espectadores sepan que nuestra sangre ecuatoriana no se achica. Vamos Ecuador, oímos que grita un grupo de aficionados. Y luego más subidas, más bajadas, tramos de lastre, tramos de asfalto, vacas, zumbidos de drones sobre nuestras cabezas, flashes de cámaras de fotos.

En la cuesta final, me empiezo a dar cuenta que el Reyes está más fuerte que yo. Nunca había corrido en equipo con alguien que estuviera más fuerte, y eso cambia algunas cosas, el trabajo será distinto porque ahora mis esfuerzos apuntarán a seguirle el ritmo. La diferencia no es tanta, pero debo aceptarlo, está más fuerte. Además nos topamos con otra realidad que me introduce una nueva preocupación: los metros de subida están calculados al milímetro. Nada de inflarlos. Son lo que son, incluso un poco más que el marketing.

La cuesta no termina nunca. En lo alto de la montaña, la cumbre se la ve pequeña, y los ciclistas que están por alcanzarla se los percibe como unos puntos distantes. Bajo la cabeza y me obligo a no alzarla de nuevo, eso se debe conquistar metro a metro. Entre el viento se distingue una repentina armonía instrumental, como la frecuencia de un cuerno, y a medida que avanzamos el sonido se acerca, hasta que al final, justo antes de un repecho de piedra suelta y una inclinación agresiva, entre decenas de aficionados que nos alientan, nos encontramos con cuatro músicos que soplan unas largas trompetas llamadas alphorn, tan largas que se asientan en el piso.

Los próximos días aprenderíamos que cuando nos encontraríamos con los alphorn significaría que habíamos coronado o estaba por concluir una parte importante de la etapa. Era un alivio escucharlos kilómetros antes del encuentro.

La última bajada ya la conocemos, practicamos en ella, pero después de tres horas y media dejándolo todo, las sensaciones son otras. El cansancio pasa factura, las pantorrillas al rojo vivo claman descanso, el cerebro fatigado no pone la misma atención. Unos neozelandeses bajan detrás, y a pesar de los esfuerzos, de soltar los frenos y confiar aún más en los peraltes, en el grado de inclinación y el punto de equilibrio exacto para salir con más velocidad de la curva, y luego descubrir espacios minúsculos de descanso, de pronto cojo mal una curva y salgo disparado fuera del sendero. No me caigo, logro controlar la velocidad, le grito al Reyes para advertirle pero no me oye, entonces improviso maniobras entre grandes rocas, pedaleo de vuelta al sendero, un espasmo aparece en mi cuádriceps izquierdo, ¿calambre? Los neozelandeses siguen atrás. No solo nosotros sabemos bajar, pienso. Al finalizar el descenso, el Reyes ataca en un tramo de asfalto antes de la llegada, pero no logro seguirle, el calambre vuelve, nos rebasan los de Nueva Zelanda, se llaman Kiwi Pedal Cartel. Es difícil aceptarlo.

Termina la etapa, contentos y agotados, para nuestra sorpresa, nos enteramos que ascendimos al Grupo A. Tanto entrenamiento, datos, nutrición, dan su resultado. Pero también asimilamos que esa carrera va a ser muy dura. Partiremos un pelotón atrás de los más fuertes mundo, los UCI, y un pelotón delante de las mujeres más fuertes del mundo. Claro que los hombres UCI nos habían sacado casi una hora de diferencia en esa primera etapa.

ETAPA 2: SÚPER HOMBRES

Crónicas del Swiss Epic

Desayunar luchando contra los nervios, ¿huevo? no, me da asco, pan, ok, pasa raspando, pero pasa, plato de avena con nueces, con miel, jugo de naranja, café. Mientras tanto el Reyes, relajado, dos tazas de café, plato de huevo, dos panes, jamón. Diez minutos antes de partir un gel con cafeína, abrazo con el partner deseándonos suerte, en el altoparlante se oye el grito de partida, y arranca. Parece que ha pasado una hora pero el reloj dice que apenas vamos quince minutos, las piernas a todo vapor: 280 vatios, 300 vatios, 260 vatios, 320 vatios, 280 vatios, 270 vatios, una molestia en la espalda baja, la lesión de toda la vida, la falla genética según el quiropráctico, una vértebra de más, ¿le ignoro?, sí, le ignoro, el corazón en zona 4, en zona 5, no baja el pulso, no importa, estamos en el pelotón A, avanza rápido, quizás demasiado, el Reyes aguanta el ritmo, me regresa a ver unos metros más arriba, la etapa del día son ochenta kilómetros con dos mil trescientos metros de subida, vamos en el kilómetro cinco, hemos subido trescientos metros, atrás una voz de mujer pide paso, me abro a un lado, son las primeras mujeres UCI, me rebasan con una cadencia que trato de imitar, logro aguantarlas, resisto menos de tres minutos, forman un tren, se alejan, se las ve tan livianas, yo me siento pesado, mis piernas ordenan que baje el ritmo, no les hago caso.

El cielo comienza a nublarse, sopla un viento frío, pienso en la lluvia, odio la lluvia, le tengo miedo, ese día nos vamos a salvar si pedaleamos duro. Tomo tres sorbos de carbohidratos, en los bolsillos de la espalda cargo misma dosis que el día anterior, sumado a una chompa. Aplasto la mini botella de geles dentro de mi boca, sabe raro.

El Reyes corona, me espera, empezamos la bajada, bajemos como campeones, me dice, y así empieza la etapa que durará cuatro horas y media (cada minuto como si fueran veinte) sin parar ni en los puntos de abastecimiento porque cogemos al vuelo un pedazo de plátano o de sandía, y de vez en cuando, entre el cansancio y la lucha mental, uno levanta la cabeza y te acuerdas que estás en la jodida Suiza, con sus prados verdes, sus bosques, sus caminos perfectos, las casitas de madera, y las vacas Brown Swiss que se las oye a kilómetros de distancia porque en sus cuellos cuelgan las famosas campanitas metálicas. Una sonrisa pueril en mi cara.

Un par de horas después, pienso en los competidores que van delante nuestro, lideran un tren en un falso plano súper técnico, van rápido como si flotaran sobre el terreno, por un momento me separo, bajo el ritmo, me pregunto si acaso son súper hombres, los veo alejarse, entonces me veo a mí mismo tan cerca, y me pregunto si yo también seré un súper hombre, me respondo que tal vez sí, tal vez lo soy, entonces me paro en los pedales y sin hacer caso a todas las alertas psicológicas y físicas, logro juntarme de nuevo al tren y ese pensamiento se vuelve un mantra que me no me deja decaer. Al final, cuando la subida se presenta larga y tendida, notamos con el Reyes que podemos ir más rápido que esos equipos. Sin dudar, los rebasamos y avanzamos como dos flechas que a los setenta y cinco kilómetros de carrera han optado por atacar con unas fuerzas rescatadas de algún rincón andino de nuestras mentes y músculos.

LOS ENTRE-ETAPAS TAMBIÉN SON PARTE DE LA CARRERA

Termina la etapa dos y en ese instante empieza la preparación para el siguiente día: comer alimentos recuperativos, proteína líquida, dos mil miligramos de vitamina c, un alkaseltzer, empujarse un plato de carbohidratos, dos litros de agua, uno de electrolitos, vitamina d, magnesio, aminoácidos esenciales, ir al hotel, tina de agua helada, automasajes en los músculos de las piernas, de la espalda, lavar las botellas, mecánica a la bicicleta, anécdotas con los amigos, preparar la alimentación para el siguiente día, rellenar la mini botella de gel, juntar carbohidratos, juntar los geles de sachet ¿qué desnivel toca mañana?, ¿A qué hora es la partida?, colocar el número en el uniforme, cenar, ¿será que faltó más comida? Estuvo algo escasa. Luego, alistar la maleta para entregar mañana y que la trasladen al siguiente pueblo, despertador a las cinco de la mañana, cerrar los ojos, abrir los ojos, apagar el despertador, empujarse el desayuno dentro de una masa de nervios, gel de cafeína diez minutos antes, conteo regresivo, y dele, de nuevo.

ETAPA 3: LO INDESEABLE

Partimos con una ligera llovizna, está tan oscuro que me debo quitar las gafas para ver el camino, a los pocos minutos nos encontramos con el equipo de españoles, y con el equipo del portugués y el suizo Ivo, los mismos de ayer, sabemos que podemos sacar una pequeña diferencia. Escampa, el suelo está mojado. En un acuerdo tácito, el Reyes y yo nos paramos en los pedales y atacamos en la cuesta, como el día anterior. Vamos sólidos. Llego a pensar que estoy mejor que ayer. Quizás mejor que el primer día. Las sensaciones son buenas. 320 vatios, 400 vatios, zona cinco en pulso, la respiración como un motor dos tiempos. Obtenemos la ventaja deseada. Se materializa la bajada. Raíces mojadas dentro de un bosque tan oscuro que parece de noche, sumado a una niebla espesa. Son las ocho de la mañana. Rechinan las pastillas húmedas de los frenos, las llantas crujen cuando traccionan. Adelante nuestro se cae un ciclista. Está bien. Nuestros límites han desaparecido, todo es inercia, todo es cuestión de sabernos seguros, de confianza en la bici y el cuerpo fusionados en uno.

Las suspensiones trabajan en conjunto, la de la llanta de adelante, la de la llanta de atrás, y las más importantes, las piernas y los brazos, que se coordinan además con la presión correcta de los dedos índices en los frenos, y todo eso en la búsqueda del balance perfecto para avanzar sobre el centro de gravedad exacto, mientras los músculos piden clemencia. Hay un placer infantil en ese dominio. Nada difícil, pensarán los espectadores.

Desembocamos a un caserío en mitad de una loma, con sus chalets, los tractores parqueados, unos caballos hermosos comiendo en un corral. La gente aplaude. Hop, hop, hop, gritan cuando arranca la siguiente cuesta. Saco la mini botella con geles, la aplastó en mi boca y noto un sabor a fermentado. Entonces algo pasa. Es el kilómetro quince. La cuesta se estrecha, se empina, el suelo con piedra suelta. El ritmo exige mayor fuerza de piernas y sostenerlo por largos minutos. Trato de apretar, pero las piernas de repente me duelen, como una sensación de acumulación de ácido láctico. Me ataca una ola de cansancio, regresa el dolor de espalda con un espasmo de náusea. El Reyes saca ventaja, lo veo alejarse, mantiene ritmo ¿Cómo logra pedalear así? Me rebasan los españoles, y el portugués e Ivo. Quiero pensar que sí puedo. Me rebasan más equipos. Veo el computador. 200 vatios, 210 vatios, 230 vatios, 220 vatios, 190 vatios. El pulso, zona 3, zona 2. Entonces una sentencia fatal invade mi cabeza: estoy fundiendo. Lucho contra ese pensamiento, pero entonces me doy cuenta que faltan 45 kilómetros y dos mil metros de subida. Se acentúa el malestar estomacal, siento asco. Pienso en los geles fermentados dentro de mi barriga. Quiero parar. Sé perfectamente lo que me está pasando, es la puerta al inframundo, a la blanca, a la pálida. Tanto esfuerzo para evitarla, pero ahí está, latente, dueña de una vertiente de pensamientos que me quieren aniquilar. La pelea contra ellos es agotadora. Me rebasan más equipos.

El Reyes baja el ritmo, espera. Me pregunta si estoy bien, no respondo. Se coloca a mi lado, y me dice vamos, loco, tú puedes. Me pone una mano en la espalda y empieza a empujarme. Nadie me había empujado en mi vida.

Es recién el día tres, faltan miles de metros de subida, literal, y si logro terminar esa etapa, la del siguiente día es peor, es la peor. Me pregunto si podré hacerlo. Dudo de mis capacidades. Dudo de mis piernas. Se me antoja bajarme de la bici y sentarme, o acostarme, o retirarme. Más equipos nos rebasan. Entonces me abandono en ese desbalance químico en forma de ideas oscuras. El Reyes me dice que me abra el chaleco. No puedo ni levantar la cabeza para ver dónde estamos. Todo es horrible, abrumador, ni siquiera el paisaje se antoja bien. Los minutos se ralentizan más que nunca. El descanso parece una meta inalcanzable. Percibo un aire de compasión en la gente que me ve. Pero todo está en mi cabeza, me repito. Es químico. Tengo que recuperarme, tengo que comer más, es cuestión de tiempo. No debo hacer caso a lo que pienso en esos momentos.

En un punto de abastecimiento, por primera vez en la carrera, decido parar. Destrabo el pie del pedal. Me apoyo en el volante. Como lo que me entra. Tomo un medio vaso de coca cola, un wafle, otro gel, una sandía, medio plátano, agua, unas galletas. Sé que debo tratar de recuperar glucógeno. Es lo único que me puede salvar. La parada dura menos de tres minutos. Seguimos. A pesar de las molestias de la barriga, siento que la energía regresa, me pongo al lado del Reyes, los números mejoran, 230 vatios, 240 vatios, 260 vatios, zona tres cardíaca, zona cuatro. Ya estás mejor, me dice el Reyes. Creo que sí, respondo. Ganamos velocidad, pasan cinco, diez minutos, y de pronto, otra vez lo veo alejarse, otra vez mis números al piso. Me como uno de los geles de sachet, y nada. Y de nuevo los pensamientos de derrota. El Reyes me espera, me empuja de nuevo. Le digo, no puedo más. Sé que el Reyes está entrando en desesperación. Ya no me importa, lo único que quiero es poder terminar, y solo me digo, no dejes de pedalear. No sé cómo lograré empezar el siguiente día que son cien kilómetros y dos mil ochocientos de subida. Dijeron que podría llover. No sé cómo manejar la situación. Es lo más difícil que he hecho en mi vida. Demasiado largo.

Y al frente se dibuja una subida más, con una inclinación que parece una afrenta. Me acuerdo de mi papá, y le invoco con el pensamiento, le pido perdón por acudirle siempre en estos momentos pero por fa necesito una ayuda, donde quiera que esté, un empujoncito, un respiro. Pienso en las vacas y sus campanas, pienso en lo desesperante que debe ser tener el sonido de una campana retumbando en los oídos todo el día, deben ser vacas sordas que cuando duermen solo escuchan el tintineo de las campanas que les aprieta el cuello, que seguro no les deja tragar bien. Pobres vacas suizas, no sé por qué dan tan buena leche con tanto estrés de por medio. O ¿acaso ahí está el secreto de su leche?

La cuesta finalmente termina. El Reyes me dice, en esta bajada recuperamos vamos con todo. Son diez kilómetros de bajada, nuestra especialidad. Me armo de valor, y me pego a su rueda haciendo un esfuerzo gigante para mantener la concentración, para no dejarme vencer. Percibo que es una bajada hermosa, con saltos, peraltes, ondulaciones perfectas, interminable. La gozo a pesar del abatimiento. Y antes de las cuatro horas que han parecido diez, la línea de llegada se levanta en el fondo de un potrero. Cruzarla me produce una exaltación de emociones. Le abrazo al Reyes, y le digo gracias. Después de un rato, mientras empieza de nuevo la jornada post etapa, (la proteína, vitamina c, el plato de carbohidratos…) él me confiesa que ese día fue el más fácil. Los demás amigos terminan le etapa unos minutos después. Se los ve contentos. Fue un buen día para ellos. Así reafirmo que lo que yo tuve fue un desbalance.

RECUPERARSE DE UN DESBALANCE

Cometo el error de escribir la palabra descompensación en el chat de mi familia, además de añadir con detalle el viacrucis que significó ese día. Le preocupo de más a mi mamá, quien me llama a decir que vaya más suave, que no me enferme, que puede ser peligroso, incluso insinúa que me retire. En ese rato pienso que tengo dos opciones: me sigo quejando o me pongo fuerte. Me da risa porque me doy cuenta que cambio el switch casi por reflejo, porque de pronto, soy yo quien le convenzo a ella que no se preocupe, que así son estas carreras, y que estoy preparado para seguir, para recuperarme, que para eso entrené lo que entrené, que solo fue un mal rato, y que ese lugar es el lugar más hermoso en el que he pedaleado. Es cierto.

Además, como dice el Martín, por más que uno le mete cabeza a cada detalle, son tantas cosas que al final algo puede fallar. Él, por ejemplo, a pesar que quiso evitarlo, rodó con las llantas que no eran las correctas. O el Neto, que se vio enfrentado a una lucha constante por un dolor repentino en su pierna que no le permitía pedalear bien. El reto de estas carreras es la capacidad adaptarte a zonas donde se pierde el control de la situación. Uno que está acostumbrado a tener todo medido, en cuestión de segundos o minutos, algo falla, y toca reinventarse.

De esa forma arranca mi recuperación. Decido que haré todo lo que esté en mi alcance para llenarme de fuerzas. Lo primero que me pregunto es ¿Qué hice mal el día anterior? Uno, faltó más comida recuperativa, por lo que ahora, cueste lo que cueste, comeré más, mucho más. Dos, los geles de la mini botella estaban fermentados por descuido mío. Miro el envase, vencidos hace tres meses sumado a los cambios de temperatura, quizás causaron efecto contrario, y si no, psicológicamente me golpearon. Los tiro en el desagüe, hago cálculos, y veo que tengo suficientes de los de sachet para sobrevivir. Tres, me abandoné en la deriva de los pensamientos negativos.

El Pablo Vallejo, mi coach y líder de Bet Endurance, me escribe a dar unos tips. Ha estado pendiente cada etapa. Envía un podcast sobre la importancia de la mentalidad en carreras de resistencia, lleno la tina de agua helada, escucho el podcast, luego pongo música y me relajo, en verdad me relajo, masajeo mis piernas, estiro mi espalda, comienzo a preparar mi mente para lo que se vendrá el siguiente día, la etapa reina, los cien kilómetros, los dos mil ochocientos de subida, la posible lluvia. Decido que la dividiré en diez micro etapas, diez triunfos, uno cada diez kilómetros. A las siete y media de la tarde, todavía con luz, nos acostamos a dormir.

ETAPA 4: EL JUEGO MENTAL

Amanece sin sol. Oscuro de nuevo. Las nubes infladas, grises. Estamos despiertos desde las cuatro y cuarenta de la mañana. A las siete y dos minutos suena el disparo de partida. Empieza a llover con fuerza. Tengo la confianza que hice todo a mi alcance para recuperarme. Montar esta bici, es lo que más me gusta hacer, repito. Recorrer estos caminos, es un lujo. La mente como una brújula gobernante, y desde ese instante yo tendré el control de mis pensamientos. El agua pronto ingresará por las medias, por la espalda, por el pecho. No hay chompa que aguante. Pienso en el frío, y me convenzo que el frío es una idea, como las molestias, como la fatiga. Alcanzamos los primeros diez kilómetros, uno de diez, digo. Faltan nueve. Bajamos a un valle, y por primera vez me toca reducir la velocidad porque el Reyes se ha quedado. Sé que no es físico, debe ser algo más. Me alcanza, se salieron los broches de ajuste de sus zapatos. Ya los arregló.

La etapa avanza rápido. Vamos en un sendero junto a un río. Es un falso plano. Formamos un pelotón entre varios equipos. Están los españoles, Ivo el Suizo y su partner portugués, y otros más, unos noruegos, unos daneses.

Miro la velocidad, cuarenta kilómetros por hora, cuarenta y cinco kilómetros por hora. Es una sensación de euforia, como una droga, las hormonas haciendo que el cuerpo y la mente vibren. El viento y la llovizna sobre la cara, los espectadores exaltados, alientan, aplauden. Pedaleamos en un lugar desconocido de los Alpes suizos en medio de un potente pelotón que vuela, hasta que de pronto alcanzamos a las primeras mujeres UCI. Las mejores del mundo. Las rebasamos. No me lo creo. Comenzamos a rotar la punta, como en bici de ruta. Al final me toca a mí liderar. Es una cuestión de respeto por los demás, por el grupo. Me pongo en el primer puesto y empiezo a romper la resistencia del viento. La potencia sube, 290 vatios, 300 vatios, 320 vatios, el pulso, zona cinco. Resisto. Me como otro gel. Pasan unos minutos e inicia otra subida. Un sendero en zigzag con piedras y raíces, súper empinada. Entonces la llovizna se convierte en un aguacero torrencial. Cuatro de diez, me digo.

La euforia concluye, nos rebasan de nuevo las mujeres UCI. Nos rebasan los noruegos quienes manejan mejor el terreno. El Reyes se adelanta unos metros. Trato de seguirlo pero estoy a mi cien por ciento. El aguacero cae más duro. Entonces me llega una pregunta: ¿eres de los que se rinden o de los que ganan? ¿eres de los que se rinden o de los que terminan lo que se proponen? Aprieto el paso. Esa pregunta se convierte en mi mantra de la etapa. Por supuesto, no soy de los que se rinden. Pienso en mi familia y en mi papá que me convenzo que me está acompañando, que va conmigo porque ahora la invitación es a que disfrute de esa locura que estamos viviendo. Y la cuesta sigue, y sigue. A los costados, unos precipicios tapados por nubes. El sendero como una línea de lápiz en una pared rocosa. Entramos a un túnel con una fila de bombillos colgados del techo. Luego un puente de tren sobre un precipicio, es uno de los puentes más antiguos y grandes de Suiza. Trotamos por un costado. Y después, para delante, solo para delante, un metro a la vez, un kilómetro a la vez, diez kilómetros a la vez. Tomamos una vía de asfalto, cruzamos otro túnel. Seis de diez. Siete de diez. Ocho de diez…

Faltan quince kilómetros. El aguacero ahora se presenta acompañado de un viento helado. Vamos cinco horas de carrera, en realidad, vamos casi veinte horas de carrera. El frío se intensifica. Los músculos se contraen. Molestan los hombros, la espalda, las piernas. El cuerpo tiembla descontrolado, la quijada de arriba abajo. La respiración profunda. Resoplidos que desprenden partículas de agua. La nariz como un grifo abierto. Pero nada de eso nos encoge. Y de pronto, los alphorn, guarecidos en el techo de una especie establo. Su armonía en mitad de la lluvia. La alcanzo al Reyes, pedaleamos al mismo compás. Es cierto que han sido cuatro días, que puede parecer poco tiempo para alguien normal, pero en ese estado cada segundo es un mundo de experiencia, y ese salvaje que pedalea al lado me ha aguantado con paciencia, somos un equipazo, le digo que es un lujo correr con él, los sentimientos se elevan a la altura del cuello, nudo en la garganta, cruzamos un par de palabras cargadas de emoción, y luego, Vamos, grita el Reyes, y acelera como el caballo que presiente que está por llegar al final del paseo. Inicia una travesía técnica dentro de un bosque en una ladera. Abajo, entre nubes sueltas, aparece un pueblo, una ciudad ¿Davos? Vamos cinco horas y media.

A las seis horas de carrera, cruzamos la meta. Se me escapa un grito, casi un aullido. No podemos articular palabras. No podemos sostener el vaso de sopa caliente. Una enfermera se acerca y nos coloca mantas térmicas en la espalda, en el pecho. No somos los únicos, todos tiemblan, todos intentan controlar los espasmos involuntarios. Pienso que esa experiencia ha puesto nuestros límites físicos y mentales en otro nivel. Y lo logramos. Entonces aparece un amigo peruano, que no tiembla, que sonríe, se lo ve tranquilo. Este es mi chaleco, nos dice mientras se coge con una mano los generosos pliegues de su barriga. Desde la carpa, ya algo más caliente trato de ver la meta. Los días anteriores esperamos con ilusión la llegada de nuestros amigos. Sólo ellos comprenden lo vivido. Las anécdotas vienen cargadas de risas y situaciones. Esta vez las condiciones son demasiado duras, y debemos ir de inmediato al hotel para abrigarnos. Logramos conversar minutos después por mensajes. Su respuesta: Lo logramos, terminamos la etapa. Cada uno con su universo. Cada uno sintiéndose campeón a su manera. Horas más tarde, ya comidos, bañados, y con las bicis a punto para el siguiente día, pasamos por la meta y vemos llegar al último equipo. Once horas de carrera para ellos

ETAPA 5: LA MENTE SOBRE EL CUERPO

Luego de eso, aunque casi nos sentimos triunfantes del Swiss Epic, recordamos que al siguiente día todavía faltaría la última etapa de sesenta kilómetros y casi dos mil metros. Como una salida de un sábado normal, me digo. Y arranca de nuevo la rutina de recuperación, solo que esta vez hay que secar los zapatos y las cosas que usaremos el día siguiente. Aunque podría llover de nuevo.

La última etapa arranca a las nueve de la mañana, un alivio, además sale el sol. Ya todo está hecho, solo hay que sobrevivir. Tampoco será fácil, pues sesenta kilómetros son sesenta kilómetros, y merecen su respeto, una estrategia final. Vamos a rematar esto, dice el Reyes. Y como el primer día, el Reyes y yo vamos alineados, volando, finalmente mi cuerpo parece haberse rendido ante la mente. Un nuevo mantra del día nace en medio de las cuestas mientras veo mis piernas en una hermosa cadencia, livianas como plumas, fuertes como un lobo. No, me corrijo, fuertes como un chivo. Sonrío. En la última bajada, que es una pista hecha a la perfección le veo al Reyes adelante, salta por lo alto en cada obstáculo, va gritando de la emoción. Yo lo sigo con la misma euforia. Para él tampoco fue fácil. Y de pronto, la carrera termina. Nos tomamos las cervezas que queremos, abrazos, llamadas, felicitaciones, risas. Cuando hablo con mi esposa, que siempre me ha apoyado en mis retos, le digo que gozamos la carrera, y ella se ríe irónicamente y me recuerda que antes de ayer no opinaba lo mismo.

LA ENSEÑANZA

Luego de eso, aunque casi nos sentimos triunfantes del Swiss Epic, recordamos que al siguiente día todavía faltaría la última etapa de sesenta kilómetros y casi dos mil metros. Como una salida de un sábado normal, me digo. Y arranca de nuevo la rutina de recuperación, solo que esta vez hay que secar los zapatos y las cosas que usaremos el día siguiente. Aunque podría llover de nuevo.

La última etapa arranca a las nueve de la mañana, un alivio

Sabíamos que la Swiss Epic no era una carrera para alcanzar el podio, era una carrera para terminarla y dejarlo todo. Sin embargo, aunque no era lo más importante, mientras escribo esto me doy cuenta que fuimos los primeros de todo el continente americano en llegar, y en nuestra categoría, las más dura de todas, terminamos en puesto 36. Los primeros veintisiete fueron equipos UCI, profesionales que viven de eso. Y eso, por supuesto, llena de orgullo. Pero más allá de las posiciones, lo que mayor satisfacción trae en este tipo de experiencias es saber que uno lo dejó todo, hasta la última gota de sudor.

Usain Bolt dijo alguna vez que entrenó cuatro años para una carrera que duró nueve segundos. Otra frase famosa dice que en el ciclismo las cosas nunca se vuelven más fáciles, sino que uno se vuelve más rápido. Cuando uno hace deporte competitivo el concepto del tiempo se desconfigura de manera abismal como si uno entrara a un mundo donde todo sucede más lento, y mientras más difícil es, más larga es la sensación del paso del tiempo. Para Bolt, estoy seguro que dentro de esos nueve segundos, cada microsegundo significaba un universo de tiempo y sufrimiento. La gente común no llegamos a comprender hasta que estamos ahí, y a veces es tan dramático, tan traumante que a penas concluimos, nuestro cerebro decide borrar todo el sufrimiento del subconsciente, y dejarnos con una recompensa que siempre es inversamente proporcional, y siempre contiene un alto grado de felicidad. La gente nos mira raro porque de pronto decidimos que queremos hacerlo otra vez, queremos sucumbir de nuevo a las profundidades de nuestra resistencia, para recordar cómo es que se sentía estar ahí, y generalmente cuando volvemos a ese lugar, un pensamiento resurge entre las cenizas para gritar: ¿por qué estoy haciendo esto de nuevo? Entonces arranca el juego más duro, el juego mental.

, además sale el sol. Ya todo está hecho, solo hay que sobrevivir. Tampoco será fácil, pues sesenta kilómetros son sesenta kilómetros, y merecen su respeto, una estrategia final. Vamos a rematar esto, dice el Reyes. Y como el primer día, el Reyes y yo vamos alineados, volando, finalmente mi cuerpo parece haberse rendido ante la mente. Un nuevo mantra del día nace en medio de las cuestas mientras veo mis piernas en una hermosa cadencia, livianas como plumas, fuertes como un lobo. No, me corrijo, fuertes como un chivo. Sonrío. En la última bajada, que es una pista hecha a la perfección le veo al Reyes adelante, salta por lo alto en cada obstáculo, va gritando de la emoción. Yo lo sigo con la misma euforia. Para él tampoco fue fácil. Y de pronto, la carrera termina. Nos tomamos las cervezas que queremos, abrazos, llamadas, felicitaciones, risas. Cuando hablo con mi esposa, que siempre me ha apoyado en mis retos, le digo que gozamos la carrera, y ella se ríe irónicamente y me recuerda que antes de ayer no opinaba lo mismo.

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